miércoles, 18 de julio de 2012

Mi masajista húngaro...


La llegada de los 40 ha comenzado a hacer estragos en mi vida, me la he pasado con dolores musculares, caídas, y alergias. Cada uno ha sido un recordatorio de mi nueva etapa de vida.  

En el  2011, -un par de meses antes de mi celebración de las cuatro décadas-  tuve una terrible lumbalgia, ésta como consecuencia del estrés y del arranque de exceso de ejercicio que tuve en esa época.


Esta obsesión se debía a dos motivos;  celebrar mi cumpleaños con un cuerpazo, y disfrutar a mi instructor, un dios bajado desde el mismísimo olimpo, pero árabe. Este hombre tenía un cuerpo perfecto, muy atlético y por supuesto era excelente  dando su clase.



Al final mis sueños de convertirme en una súper deportista terminaron, gracias a unos dolores lumbares que me recordaron que ya no tenía 20 años y que el ejercicio y yo no éramos muy amigos como yo creía.  Por lo que olvidé –muy rápidamente-  las sesiones con mi instructor,  y opté por relajarme en el spa del gimnasio.  Todos los días combinaba la sauna con el baño turco.

Uno de esos días,  mientras sentía cómo liberaba toxinas, producto del alcohol de la noche anterior, vi entrar a la sauna, a un hombre con un cuerpo muy musculoso, -cachas como dicen en España-, de esos que no puedes dejar de mirar.


Debo confesar que esos hombres obsesionados por las pesas y por tener un cuerpo “hinchado”, no son de mi interés. Además, este hombre con aire de extranjero,  se notaba que era un poco creído, de esos que van por la vida diciendo “mírenme que estoy bien bueno…”



Cuando entró a la sauna,  yo conversaba con un señor mi problema de lumbalgia,-siempre encontraba a alguien con el mismo problema que yo, eso era maravilloso, ya que sentía que no era la única achacosa- y le explicaba que no sabía qué iba a hacer, pues me tenían prohibido el ejercicio.

Después de un rato, este “cachas” con un aire de “soy muy guapo y me merezco al mundo” interrumpió nuestra charla y comenzó a darme algunas recomendaciones. De pronto,  el señor con el que charlaba dejó la sauna, y me quedé sola con este hombre corpulento que no dejaba de mirarme.

Sólo estábamos los dos en un pequeño cuarto, yo en bikini y él en tanga diminuta. Se sentía un calor intenso, claro estábamos en una sauna, pero yo sólo veía dos cuerpos sudorosos y esta situación me provocaba incomodidad. Me hubiera gustado tener enfrente al instructor árabe, pero no, era un “cachas” con un acento extraño que no lograba identificar su origen.

De repente, me dice que él es masajista y que cuando quiera él puede ir a mi casa a darme un masaje privado.

Lo miré y noté que tenia una sonrisa provocadora, y pensé,- pero qué manera de ligar de este tío, ¿por qué los hombres no pueden ser más creativos y usar otras técnicas menos directas para llevar a alguien a la cama? -. Al final, le dije que  no aceptaba invitaciones de desconocidos y mucho  menos para un masaje. Estaba segura que quería "final feliz".

Durante un par de semanas siguió insistiendo y como paga, me pedía que yo le diera otro masaje, -vaya tipo, pero,  ¿qué le pasa?, ¿no entiende un NO como respuesta?-. Estuve indagando un poco en el gimnasio y todos coincidían que era un poco pesado. Así que al final, desistió y nos dejamos de hablar. Como yo no podía hacer ejercicio,  dejé de ir al gimnasio y no supe más de él.

Un año después, tuve una caída –una metida de pata- y estuve dos meses inmovilizada. Me la pasé entre sesiones de fisioterapia con aparatos, que según esto, me iban a ayudar a mejorar. Sinceramente, siempre he preferido el uso de las manos para aliviar cualquier dolor. Así que pensé que un fisioterapeuta era lo que necesitaba. 

A la semana siguiente de terminar las sesiones, iba en un taxi con un amigo, y me quejaba amargamente de mi situación. Casi a punto de la lágrima le decía “Necesito un fisioterapeuta, uno que me quite todos los dolores”. De pronto  voltee al frente del taxi  y  vi un montón de tarjetas puestas para que los clientes se las lleven. Tomé una y me di cuenta que era de un masajista ofreciendo sus servicios.

Mi cara se iluminó, ¿será una señal?, ¿esta era la respuesta que el universo me daba a mi problema?

La leí varias veces tratando de encontrar algún indicio de que no tuviera el servicio de un  “final feliz”. Pero nada, parecía un masajista serio, a quien  podía confiar para que tocara mi cuerpo de manera profesional.

Accedí a su página web y me gustó.   Así que le llamé y concerté una cita. Ese día, una amiga me acompañaba y le insistía que también se diera un masaje, total era una sesión de prueba.

Encontramos el lugar, que resultó estar en la cuarta planta de un edificio sin ascensor.  Este era el inicio de la terapia, -pensé-,  pues cómo se atrevía este hombre a tener su consultorio en la última planta. En fin, a subir escalones. No me quedaba otra opción.  

Muy segura que este masajista sería la persona que me ayudaría a mejorar mi pie, me dispuse a andar, ya casi llegando al cuarto piso, mi falta de condición afloró. Estaba acalorada y con los ojos fuera de órbita.  Mi corazón latía a mil y de mi boca no salía ningún sonido, sólo se oía mi respiración acelerada. 

Se abrió la puerta, y me detuve a mitad del último escalón. Ahí estaba parado,  el “cachas” del gimnasio de sonrisa provocadora y acento extranjero. Mi respiración se detuvo, pues traía un pantalón corto, -casi como el traje de baño de hace un año-, y una camiseta que dejaba ver su cuerpo corpulento. No podía creer lo que estaban viendo mis ojos. No podía hablar todavía, la falta de condición, y también la impresión debo reconocer, no me lo permitía. Este hombre sólo se me queda viendo y me dice “Bienvenida”.

Mi amiga se asustó con tanto músculo,  y con frases sin sentido, me dio a entender que se iba.

En mi caso –pensé-, es el destino. Era cierto que era masajista, y yo que imaginaba que tenía otras intenciones. Respiré profundo y acepté que antes, ahora o después, este hombre tenía que ser mi masajista.

Mi amiga terminó en un bar contiguo bebiendo un mojito, mientras esperaba mi regreso para que le contara cómo me había ido.

Me fue excelente. Durante 7 sesiones mi masajista húngaro, -por fin, supe su nacionalidad-, me dio la satisfacción de volver a caminar sin tanto dolor. Después de todo, tuve mi final feliz. De eso no tuve la menor duda.   

5 comentarios:

  1. Como siempre, eres lo máximo relatando historias!!, creo que seré tu fan!!, te quiero y extraño amiga :)
    LV

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    1. LV---como que crees que serás mi fan?? YA eres mi fan, no? jajaja yo también te extrañooo miwis!!! besitos...

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  2. Que padre historia, me he reido mucho :) te mandó muchos saludos desde de Mty, soy ALina :)

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    1. Hola, Alina!! me alegra que te divierta! ese es el propósito...un abrazote!!

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  3. jajajajajaja!! Me alegra que ya te sientas mejor!!!! Al final, era bueno el cachas este :D y tu amiga: Qué gallinaaaaaaaaaa!!!!! jajajaja Besitos Elooooooooo, no sabes cómo disfruto tu blog, porque te imagino frente a mí platicandome todo, como lo has hecho en otras ocasiones, que espero se repitan! Nos vemos pronto amiga!!!

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