La llegada de los 40 ha comenzado
a hacer estragos en mi vida, me la he pasado con dolores musculares, caídas, y
alergias. Cada uno ha sido un recordatorio de mi nueva etapa de vida.
En el 2011, -un par de meses antes de mi celebración
de las cuatro décadas- tuve una terrible
lumbalgia, ésta como consecuencia del estrés y del arranque de exceso de ejercicio
que tuve en esa época.
Esta obsesión se debía a dos motivos; celebrar mi cumpleaños con un cuerpazo, y
disfrutar a mi instructor, un dios bajado desde el mismísimo olimpo, pero
árabe. Este hombre tenía un cuerpo perfecto, muy atlético y por supuesto era excelente dando su clase.
Al final mis sueños de
convertirme en una súper deportista terminaron, gracias a unos dolores lumbares
que me recordaron que ya no tenía 20 años y que el ejercicio y yo no éramos muy
amigos como yo creía. Por lo que olvidé
–muy rápidamente- las sesiones con mi
instructor, y opté por relajarme en el
spa del gimnasio. Todos los días
combinaba la sauna con el baño turco.
Uno de esos días, mientras sentía cómo liberaba toxinas,
producto del alcohol de la noche anterior, vi entrar a la sauna, a un hombre
con un cuerpo muy musculoso, -cachas como dicen en España-, de esos que no
puedes dejar de mirar.
Debo confesar que esos hombres
obsesionados por las pesas y por tener un cuerpo “hinchado”, no son de mi
interés. Además, este hombre con aire de extranjero, se notaba que era un poco creído, de esos que
van por la vida diciendo “mírenme que estoy bien bueno…”
Cuando entró a la sauna, yo conversaba con un señor mi problema de
lumbalgia,-siempre encontraba a alguien con el mismo problema que yo, eso era
maravilloso, ya que sentía que no era la única achacosa- y le explicaba que no
sabía qué iba a hacer, pues me tenían prohibido el ejercicio.
Después de un rato, este “cachas”
con un aire de “soy muy guapo y me merezco al mundo” interrumpió nuestra charla
y comenzó a darme algunas recomendaciones. De pronto, el señor con el que charlaba dejó la sauna, y
me quedé sola con este hombre corpulento que no dejaba de mirarme.
Sólo estábamos los dos en un
pequeño cuarto, yo en bikini y él en tanga diminuta. Se sentía un calor
intenso, claro estábamos en una sauna, pero yo sólo veía dos cuerpos sudorosos
y esta situación me provocaba incomodidad. Me hubiera gustado tener enfrente al
instructor árabe, pero no, era un “cachas” con un acento extraño que no lograba
identificar su origen.
De repente, me dice que él es
masajista y que cuando quiera él puede ir a mi casa a darme un masaje privado.
Lo miré y noté que tenia una
sonrisa provocadora, y pensé,- pero qué manera de ligar de este tío, ¿por qué los
hombres no pueden ser más creativos y usar otras técnicas menos directas para
llevar a alguien a la cama? -. Al final, le dije que no aceptaba invitaciones de desconocidos y
mucho menos para un masaje. Estaba segura que quería "final feliz".
Durante un par de semanas siguió
insistiendo y como paga, me pedía que yo le diera otro masaje, -vaya tipo,
pero, ¿qué le pasa?, ¿no entiende un NO
como respuesta?-. Estuve indagando un poco en el gimnasio y todos coincidían
que era un poco pesado. Así que al final, desistió y nos dejamos de hablar. Como
yo no podía hacer ejercicio, dejé de ir
al gimnasio y no supe más de él.
Un año después, tuve una caída
–una metida de pata- y estuve dos meses inmovilizada. Me la pasé entre sesiones
de fisioterapia con aparatos, que según esto, me iban a ayudar a mejorar.
Sinceramente, siempre he preferido el uso de las manos para aliviar cualquier
dolor. Así que pensé que un fisioterapeuta era lo que necesitaba.
A la semana siguiente de terminar
las sesiones, iba en un taxi con un amigo, y me quejaba amargamente de mi
situación. Casi a punto de la lágrima le decía “Necesito un fisioterapeuta, uno
que me quite todos los dolores”. De pronto voltee al frente del taxi y vi un
montón de tarjetas puestas para que los clientes se las lleven. Tomé una y me
di cuenta que era de un masajista ofreciendo sus servicios.
Mi cara se iluminó,
¿será una señal?, ¿esta era la respuesta que el universo me daba a mi problema?
La leí varias veces tratando de
encontrar algún indicio de que no tuviera el servicio de un “final feliz”. Pero nada, parecía un masajista
serio, a quien podía confiar para que
tocara mi cuerpo de manera profesional.
Accedí a su página web y me gustó. Así que le llamé y concerté una cita. Ese
día, una amiga me acompañaba y le insistía que también se diera un masaje,
total era una sesión de prueba.
Encontramos el lugar, que resultó
estar en la cuarta planta de un edificio sin ascensor. Este era el inicio de la terapia, -pensé-, pues cómo se atrevía este hombre a tener su
consultorio en la última planta. En fin, a subir escalones. No me quedaba otra
opción.
Muy segura que este masajista sería
la persona que me ayudaría a mejorar mi pie, me dispuse a andar, ya casi
llegando al cuarto piso, mi falta de condición afloró. Estaba acalorada y con
los ojos fuera de órbita. Mi corazón
latía a mil y de mi boca no salía ningún sonido, sólo se oía mi respiración
acelerada.
Se abrió la puerta, y me detuve a
mitad del último escalón. Ahí estaba parado,
el “cachas” del gimnasio de sonrisa provocadora y acento extranjero. Mi
respiración se detuvo, pues traía un pantalón corto, -casi como el traje de
baño de hace un año-, y una camiseta que dejaba ver su cuerpo corpulento. No
podía creer lo que estaban viendo mis ojos. No podía hablar todavía, la falta
de condición, y también la impresión debo reconocer, no me lo permitía. Este
hombre sólo se me queda viendo y me dice “Bienvenida”.
Mi amiga se asustó con tanto
músculo, y con frases sin sentido, me
dio a entender que se iba.
En mi caso –pensé-, es el destino.
Era cierto que era masajista, y yo que imaginaba que tenía otras intenciones. Respiré
profundo y acepté que antes, ahora o después, este hombre tenía que ser mi
masajista.
Mi amiga terminó en un bar
contiguo bebiendo un mojito, mientras esperaba mi regreso para que le contara
cómo me había ido.
Me fue excelente. Durante 7
sesiones mi masajista húngaro, -por fin, supe su nacionalidad-, me dio la
satisfacción de volver a caminar sin tanto dolor. Después de todo, tuve mi
final feliz. De eso no tuve la menor duda.
Como siempre, eres lo máximo relatando historias!!, creo que seré tu fan!!, te quiero y extraño amiga :)
ResponderEliminarLV
LV---como que crees que serás mi fan?? YA eres mi fan, no? jajaja yo también te extrañooo miwis!!! besitos...
EliminarQue padre historia, me he reido mucho :) te mandó muchos saludos desde de Mty, soy ALina :)
ResponderEliminarHola, Alina!! me alegra que te divierta! ese es el propósito...un abrazote!!
Eliminarjajajajajaja!! Me alegra que ya te sientas mejor!!!! Al final, era bueno el cachas este :D y tu amiga: Qué gallinaaaaaaaaaa!!!!! jajajaja Besitos Elooooooooo, no sabes cómo disfruto tu blog, porque te imagino frente a mí platicandome todo, como lo has hecho en otras ocasiones, que espero se repitan! Nos vemos pronto amiga!!!
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