¿Qué importan los años? Lo que realmente importa es comprobar que al final de cuentas la mejor edad de la vida es estar vivo.
Mafalda
María abre los ojos, por fin ha llegado el día
esperado. ¡tic tac, tic tac! Escucha en silencio la alarma que la
despierta todas las mañanas. Hoy tiene 40 años, las cuatro decádas más
esperadas.
No quiere levantarse de la cama, quiere detener el
tiempo y evitar la llegada de lo inevitable. Cierra los ojos, da unas bocandas
de aire y suspira, dejando que su cuerpo se llene de energía.
Por fin ha decidido hacer la sábana a un lado, esta
suave tela la ha protegido durante las horas de sueño y ahora un aire helado recorre
por su cuerpo, siente que ha sido expuesta a la realidad de un día más; del día
que no pretendía que llegara.
Lentamente se sienta en la orilla de su cama. ¡tic tac, tic tac! Se percata de la melodía,
no es su alarma, es algo que viene de dentro. Ese sonido rítmico, que va
sumando las horas le inquieta, no entiende porque ahora, en su cumpleaños 40 lo
percibe. ¿será para recordarle que los años pesan y que su existencia tiene
fecha de caducidad?
Coge su bata y envuelve su cuerpo, de nuevo experimenta
esa sensación de sentirse resguardada. Se pone
las pantuflas y camina pausadamente hacia el baño con un dejo de cansancio, sus
hombros caen hacia delante, recordándole que hoy tiene un año más. No quería
que este día llegara, se aferra a su bata, sú única guarida en ese momento, y se estremese recordando lo que le depara esta fecha. Cae una lágrima de su rostro.
Abre la puerta y vislumbra en la oscuridad apenas un
rostro que le resulta familiar. Enciende la luz y la ve nítidamente, es Ella. Se queda quieta, se aferra aun más
a su bata y contiene el aliento. La imgen de Ella reflejada en el espejo la reta, la confronta.
María reacciona y deja escapar una sonrisa, esa que
siempre utiliza como arma infalible para que no descubran sus sentimientos y la
gente piense que es un ser feliz. En esta ocasión, no ha dado el resultado
deseado, la imagen del espejo se ha dado cuenta del gesto, que esas curvas que suavemente se extienden en su boca no son
verdaderas; no vienen del alma.
María se inquieta al ver reflejado en el espejo esa
imagen que la sigue provocando. Su táctica no ha funcionado, sabe que no puede
engañarle. Ella es quien mejor la
conoce. ¡tic tac, tic tac! De pronto,
escucha de nuevo la melodía ahora a un ritmo más acelerado. Ese ir y venir la
está volviendo desquiciada. Quiere detener ese golpeteo. No puede, le martillea
en su interior sin control.
Pone sus manos en el lavabo, sus hombros se caen aun
más, y vuelve de nuevo su rostro a Ella.
Deja escapar un suspiro corto, de esos que hacen que la razón se pierda; otro suspiro
más profundo, de aquellos que hacen una pausa entre la vida que se queda.
María siente cómo caen las lágrimas de su rostro y en
esa descarga de emociones comprende lo que está sucediendo. ¡tic tac, tic tac! Las palpitaciones
aceleradas se hacen cada vez más pausadas y recobra las fuerzas. ¡tic tac, tic tac! Deja de asirse a su
bata y hace que se caiga. Ahora siente un
chispazo de electricidad que le recorre el cuerpo y la hace sentirse más viva
que nunca.
Pasan unos segundos, que parecen eternas horas. Ese tic tac ya le resulta familiar a María. Tantos
años y no había reparado en ese sonido que ahora es melodioso, relajante,
esperanzador…
Ella sonríe satisfecha, sabe
que María disfrutará este día como el mejor de su vida, pero no por recordarle
que ha cumplido un año más, sino porque hoy, y todos los días venideros serán especiales,
porque le confirmarán que la mejor edad y los mejores años son aquellos en los
que uno disfruta estando vivo. ¡tic tac, tic tac!
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