lunes, 23 de abril de 2012

La cita


María se prepara para la cita, ¿cómo será?, ¿le agradaré?, ¿me gustará? Se formula estas preguntas y otras tantas que se mezclan en su mente mientras usa el lápiz negro para completar su maquillaje de ojos.

Listo, he quedado fenomenal-dice en voz alta.

Una vez más se mira en el espejo, y con su dedo limpia el  carmín rojo que sale un poco de la línea inferior de su labio; sonríe. Mira su reloj, es hora de partir.  

Se dirige a la sala, coge su teléfono móvil y prepara la opción de cámara para tomarse una foto antes de salir. Constantemente, sus amigos le bromean porque todas las fotografías salen idénticas. ¿Para qué te tomas tantas fotos?, siempre es la misma pose. Sonríe. No son iguales.

María es la única que puede reconocerlas, cada una de ellas es una hoja del diario de su vida. Otros emplean una libreta o un pequeño libro para escribir sus recuerdos, María redacta su historia a través de estas fotos que evocan los momentos más significativos de su vida.

Se oye el clic, señal de la primera foto de la noche. La revisa… no le gusta, se oyen tres disparos más con su respectivo flashazo. Por fin, la foto perfecta.


Satisfecha, toma su bolso, guarda su móvil y recoge las llaves, voltea de nuevo y a lo lejos ve el espejo del baño. Estoy espectacular, piensa ella, estoy segura que será la gran cita. Abre la puerta.

Mientras camina hacia la estación de metro, recuerda las palabras de su madre –mi amor, no hables de tu pasado, no le cuentes nada de ti, recuerda… el presente es lo único que cuenta.

Cómo olvidar los recuerdos y quitarlos de la memoria, si están en cada una de esas fotografías que alimentan su diario.

No puedo, yo soy mi pasado. - Lo dice en voz alta para escucharse, pensando que con esto pueda cambiar de idea.

Sube las escaleras de la salida acordada, su corazón comienza a palpitar rápidamente.

Busca ansiosa un rostro familiar, hay tanta gente esperando, ¿habrá más citas como la suya?, se imagina que sí, seguro que María no es la única que intenta conocer nuevos amigos. ¿Amigos?, si claro, eso es lo María escribe  en el primer mensaje de contacto.

¿Qué le responden?


 





Esto es un juego de palabras, para algunos significa que en estos encuentros pueden encontrar a su alma gemela, ¿será?, para otros es sólo diversión y tener todos los días una nueva cita y habrá otros tantos que buscan evadir su realidad y su vida actual explorando nuevas aventuras.
Hoy, puede que sea diferente. Esta cita tiene que ser distinta.

Parada en la salida del metro, sus ojos se topan con otros que la miran fijamente. ¿Será él? Se acerca lentamente a María y sonríe. Es ÉL. No está mal, aunque en las fotos parecía más interesante. Está un poco calvo y bajito, pero que más da, lo bueno es que sus dientes los tiene impecables y parece buena persona. Igual ya en la conversación resulta que me agrada.  
Él se acerca a María y le da la mano, le pone una mejilla y la otra. Dos besos. Parece que todo inicia bien. Se miran a los ojos.
-¿Caminamos un poco y buscamos un bar para tomar algo?-comenta ÉL buscando romper el hielo en este primer encuentro.
-¡Vale!-responde María tímidamente.
Ambos caminan juntos y al final de la calle encuentran un bar en el que por la ventana se puede ver que están varios grupos de amigos y un par de parejas; parece animado.  
-¿Entramos?-le pregunta Él a María.  María asiente con la cabeza y Él abre la puerta.
Una vez sentados y habiendo ordenado un par de cañas. Él lanza la primera pregunta.
A ver cuéntame, ¿qué es lo que te gusta de un hombre?-expone de manera abierta.
María lo ve y trata de responder y él replantea su pregunta.  Mira, mejor dime qué es lo que no te gusta de alguien-sonríe y espera que María responda.
María lanza su suspiro ¿por qué iniciar una cita preguntando sobre estas cosas? No quiere responder.  María evade las preguntas y cambia la conversación. Él vuelve al ataque y vuelve a preguntar acerca del pasado.
¿Desde cuándo no tienes pareja?, ¿por qué sigues soltera?, ¿qué buscas?-continúa con su interrogatorio.
María lo observa y Él sigue hablando, al final intenta interrumpirlo y Él no la deja.  Lo para en seco y le dice-¿me vas a dejar hablar?, preguntas demasiado, pero tampoco dejas hablar…
Adelante-dice Él un poco confundido.
María le cuenta un poco sobre su vida, un poco recelosa; quería que la cita fuera distinta, ¿Por qué tenemos que hablar de todo esto?, ¿qué sentido tiene?
María le regresa las preguntas a Él, y sus respuestas son vagas, nada en concreto, sólo le interesa saber lo que María tiene que decirle, necesita información para etiquetar a la persona que tiene frente a él.

Miran el reloj. Ya es tarde. Él comenta que le duele la muela. La cita ha terminado. La acompaña a su casa. Los dos se despiden. Saben que no habrá una segunda cita.

Con un clic a “eliminar”, ambos borran los datos que los conectan, que días antes fueron los que unieron sus intereses, sus ilusiones,  y que hoy ya han desaparecido de la memoria.

María sabe que mientras llega la cita esperada, puede estar de novia con la vida…un novio que siempre estará con ella, recordándole lo especial que es, y provocándole para que sea inmensamente feliz con lo que tiene y con lo que cada día le tiene reservado para ella.



“Para estar contento, activo y sentirse feliz, hay que estar de novio con la vida”
Jorge Bucay


domingo, 8 de abril de 2012

El placer del buen comer


Dedicado a mi familia y amigos



Uno de los grandes placeres de esta vida es comer…

Al menos para mi lo ha sido desde que nací, y es que en mi casa, desde que tengo uso de razón, todo ha girado en torno a la comida. Los mejores y también los no tan buenos momentos han girado  alrededor de la comida, pero eso sí, del buen comer.

El chile, por ejemplo, lo comencé a disfrutar desde mi niñez. Cuando apenas tenía unos cuantos años de edad, mi padre desesperado, supongo yo, por evitar que su niña se chupara el dedo, decidió pasarme el chile por mi dedo gordo para que ya desistiera de mis intentos de continuar con esta ardua tarea. Sin embargo, lo que no imaginaba es que ese sabor me fuera a gustar. A partir de ese momento, le encontré el  gusto al picante, que todavía hoy en día no puedo evitar disfrutarlo, claro sin usar mi dedo gordo.

Los mariscos y el pescado marcaron el inicio de infancia. El primer restaurante de mis padres estaba a la orilla de la playa, y por supuesto lo que nos daban de comer era lo que teníamos al alcance de la mano. Los ostiones recién sacaditos del mar eran mi debilidad, bueno todavía lo siguen siendo, eso sí con mucho limón y picante y acompañado de una buena cerveza. Ahora en Madrid los acompaño con una buena copa de vino blanco.

Las langostas es otro de mis mariscos favoritos, mi padre me hacía unos platillos deliciosos, a la plancha, a la termidor… ya de mayor, decidí que en cada viaje que realizara, tenía que buscar un lugar donde pudiera comer langosta, y así lo hice en mis primeros viajes ya de adulta.

El ceviche de sierra me recuerda nuestras idas al beisbol, toda la familia reunida comiendo tostaditas y “ruido ruido” con una buena cerveza mientras veíamos ganar a los “venados de Sinaloa”. De los mejores recuerdos de esta etapa de mi vida.

En la adolescencia, en el segundo restaurante de mi padre, me confronté con mis raíces regiomontanas, pues el platillo principal era el cabrito y las buenas carnes. Así que en esta etapa ya le encontré el gusto a las agujas, la arrachera, el sirloin, el machito, la fritada…

Además de todo esto, estaban las comidas caseras de mi madre, que aunque viviéramos en un restaurante, hacía que comiéramos sano y equilibrado. Las ensaladas, las habas, las lentejas, el pollo estilo “río ramos”, el hígado, el caldo de res, todo aquello que necesita un niño para crecer sano.

En mi primer año de universidad fui la encargada de la cocina. Muy mala decisión, mi madre me había escrito un recetario con las mejores recetas de ella para que las preparara, pero un día traté de innovar y decidí hacer un rollo de atún. Todavía es fecha que mi hermano mayor me recuerda el sabor a detergente de la toalla que utilicé para envolverlo.

Al final, optamos por una asistenta que nos  hacía la comida, no estaba todavía preparada para estos menesteres. Poco a poco, mi hermano menor tomó el protagonismo y comenzó a experimentar. Ahora es un excelente chef aficionado por el buen comer que le gusta arriesgarse con sabores. Quedaba claro quien de la familia había adquirido los “genes” de mis padres.

Pasado el tiempo me dejé llevar por la inercia y dejé que la cocina fuera tomada por mis padres. Ellos de regreso en Monterrey y yo deleitándome de lo rico que era la comida preparada por Roberto y Virginia. Realmente era feliz, comida calientita, siempre a régimen y como en restaurante, a elegir lo que se me antojara.

Nuestras reuniones familiares siempre han sido como deben ser, la comida y bebida a tope. Disfrutar siempre de la carne y el marisco y acompañarlos con una cervecita y un buen whiskey. Al final mi hermano mayor se hizo experto de los plátanos flameados y de preparar margaritas. Esto no puede faltar.


En mi edad adulta, la cocina ha sido un descubrimiento, al principio por necesidad, pues vivo a cientos de kilómetros de distancia lejos de mis padres, y tengo que comer. Así que no me quedó de otra. Ahora es por placer. De esos placeres que tienes escondidos, esperando que un día salgan a flor de piel.

En Madrid, me gusta cocinar para mis amigos, que vengan a casa y que disfruten lo que hago, es una manera de traer a mi mente esos momentos con mi familia tan querida,  tan lejos físicamente pero tan cercana a mi por estos recuerdos y por todo el amor que siento por ellos.

Ahora mis amigos son una extensión de esa familia que tengo. Es un placer para mi tenerlos en casa, preparar platillos en los que ya soy experta, y además nuevos con los que innovo en la cocina. Estas veladas me encantan para pasar un rato agradable , reflexionar de la vida y reirnos de ella.

También he vivido la experiencia de  cocinar sólo para mí. Estas últimas semanas he experimentado esa sensación de estar conmigo misma y de disfrutar cada platillo como niña con juguete nuevo. Aunque me queme las pestañas y el pelo, la experiencia ha valido la pena, sólo por el placer de hacerlo y compartirlo conmigo misma y con los demás.

"El descubrimiento de un nuevo plato hace más por la felicidad humana que el descubrimiento de una nueva estrella."





Tic tac tic tac










¿Qué importan los años? Lo que realmente importa es comprobar que al final de cuentas la mejor edad de la vida es estar vivo.  
Mafalda









María abre los ojos, por fin ha llegado el día esperado. ¡tic tac, tic tac! Escucha en silencio la alarma que la despierta todas las mañanas. Hoy tiene 40 años, las cuatro decádas más esperadas.

No quiere levantarse de la cama, quiere detener el tiempo y evitar la llegada de lo inevitable. Cierra los ojos, da unas bocandas de aire y suspira, dejando que su cuerpo se llene de energía.

Por fin ha decidido hacer la sábana a un lado, esta suave tela la ha protegido durante las horas de sueño y ahora un aire helado recorre por su cuerpo, siente que ha sido expuesta a la realidad de un día más; del día que no pretendía que llegara.

Lentamente se sienta en la orilla de su cama. ¡tic tac, tic tac! Se percata de la melodía, no es su alarma, es algo que viene de dentro. Ese sonido rítmico, que va sumando las horas le inquieta, no entiende porque ahora, en su cumpleaños 40 lo percibe. ¿será para recordarle que los años pesan y que su existencia tiene fecha de caducidad?


Coge su bata y envuelve su cuerpo, de nuevo experimenta esa sensación de sentirse resguardada.   Se pone las pantuflas y camina pausadamente hacia el baño con un dejo de cansancio, sus hombros caen hacia delante, recordándole que hoy tiene un año más. No quería que este día llegara, se aferra a su bata, sú única guarida en ese momento,  y se estremese recordando lo que le depara esta fecha. Cae una lágrima de su rostro.

Abre la puerta y vislumbra en la oscuridad apenas un rostro que le resulta familiar. Enciende la luz y la ve nítidamente, es Ella. Se queda quieta, se aferra aun más a su bata y contiene el aliento. La imgen de Ella reflejada en el espejo la reta, la confronta.

María reacciona y deja escapar una sonrisa, esa que siempre utiliza como arma infalible para que no descubran sus sentimientos y la gente piense que es un ser feliz. En esta ocasión, no ha dado el resultado deseado, la imagen del espejo se ha dado cuenta del gesto, que esas curvas que suavemente se extienden en su boca no son verdaderas; no vienen del alma.

María se inquieta al ver reflejado en el espejo esa imagen que la sigue provocando. Su táctica no ha funcionado, sabe que no puede engañarle. Ella es quien mejor la conoce. ¡tic tac, tic tac! De pronto, escucha de nuevo la melodía ahora a un ritmo más acelerado. Ese ir y venir la está volviendo desquiciada. Quiere detener ese golpeteo. No puede, le martillea en su interior sin control.

Pone sus manos en el lavabo, sus hombros se caen aun más, y vuelve de nuevo su rostro a Ella. Deja escapar un suspiro corto, de esos que hacen que la razón se pierda; otro suspiro más profundo, de aquellos que hacen una pausa entre la vida que se queda.

María siente cómo caen las lágrimas de su rostro y en esa descarga de emociones comprende lo que está sucediendo. ¡tic tac, tic tac! Las palpitaciones aceleradas se hacen cada vez más pausadas y recobra las fuerzas. ¡tic tac, tic tac! Deja de asirse a su bata y hace que se caiga.  Ahora siente un chispazo de electricidad que le recorre el cuerpo y la hace sentirse más viva que nunca.

Pasan unos segundos, que parecen eternas horas. Ese tic tac ya le resulta familiar a María. Tantos años y no había reparado en ese sonido que ahora es melodioso, relajante, esperanzador…

Ella sonríe satisfecha, sabe que María disfrutará este día como el mejor de su vida, pero no por recordarle que ha cumplido un año más, sino porque hoy, y todos los días venideros serán especiales, porque le confirmarán que la mejor edad y los mejores años son aquellos en los que uno disfruta estando vivo. ¡tic tac, tic tac!


Saber vivir....y bien


En estos días de “encierro obligado” he estado reflexionando acerca del saber  vivir,  esto también motivado por un amigo (su nombre me lo reservo, que luego me pedirá regalías)  que ha sido muy insistente para que aproveche esta pausa y me ocupe de mi y de lo que necesita mi cuerpo para estar bien y vivir mejor.  

Pero,  ¿qué es vivir bien?, es una pregunta muy subjetiva y cada uno tendrá una respuesta diferente. Lo que si estoy segura es que la mayoría coincidirá en que siempre estamos en la búsqueda de ese punto de vivir bien, y habrá uno que otro que dirá que lo que quiere es sobrevivir dignamente.

Para mi es vivir en paz conmigo misma y con los demás. Es cuidar mi cuerpo, mi mente, mi espíritu,  aceptar mis defectos y sobretodo reconocer todo lo bueno que tengo, pues a veces suelo ser muy autocrítica y exigente con María.

Vivir bien también es disfrutar cada instante, y compartirlo con las personas que aprecio. Expresar en todo momento lo que siento, y hacer el bien a los demás. Ser honesta conmigo y dar a los demás la oportunidad de ser tal como son sin prejuzgarlos.

Sé que me hace faltan muchas más cosas por hacer, por ser y por sentir. He tenido esta coyuntura, para darme cuenta de aquellas cosas que hacen que me sienta bien. Lo importante es actuar para encontrar ese equilibrio y sobretodo evitar asentarme, para que tenga sentido mi existencia en el camino del saber vivir bien…

Vivir no es sólo existir,
sino existir y crear,
saber gozar y sufrir
y no dormir sin soñar.
Descansar, es empezar a morir.

Gregorio Marañón (Médico y escritor español)