En mi afán de prevención y de
evitar cualquier tipo de enfermedad, suelo hacerme exámenes de manera
periódica. Sí, debo reconocer que soy una hipocondriaca perdida, y ese año
recuerdo que necesitaba hacerme una ecografía de colón –claro porque me hacía
falta- y le pedí al médico que me diera la orden.
Así que ese día, acostada a media
penumbra en aquella clínica, y sintiendo el gel frio en mi estómago, pude ver
por el rabillo del ojo la expresión del rostro de la mujer que me hacía el
examen. ¿Se imaginan lo aterrador que
puede ser para una hipocondriaca obsesiva aprehensiva como yo, ver a la persona
que está valorando si eres sana poner
una cara de angustia con ojos desorbitados y escucharle decir- Esto es muy
grande, no puede ser, tienes que ver a un médico de inmediato-.
Es lo peor. A mis 35 años supe lo que era tener un tumor en
mi cuerpo. Benigno me decían, -pero, mujer, si es un mioma- Y- ¿qué carajos es
eso?- Preguntaba yo. Al final, uno de los médicos a los que acudí me respondió-
No te preocupes, es algo normal; en edad fértil, una mujer que no da hijos, da
miomas- Así que ese día supe de la existencia de Apolo.
Todos los días previos a la operación, le hablaba a Apolo y
le pedía que fuera bueno para que todo saliera bien. El gran día llegó, y después de que terminaran de suturarme, me
despierto asustada y lo primero que digo es -¿dónde está Apolo?,-, todavía recuerdo como si fuera ayer que Toñi,
la enfermera, se acercó con una sonrisa mostrándome un frasco con aquella madeja de tejido que yo había bautizado como
Apolo. Cerré los ojos y le pedí que se lo llevara muy muy lejos. Nunca más
volví a saber de él.
8 años después llega Manuela. Su aparición no fue repentina,
ya que estuvo ahí cuando Apolo fue extirpado, y durante estos años, ha estado acompañándome en
todas mis aventuras. Su crecimiento ha sido paulatino, y ha estado muy cerca de
mí, sintiendo mis temores, disfrutando de mis alegrías, y sobre todo soportando
el estrés y la vida loca que he tenido en estos últimos años.
En este momento, la situación es distinta. Después de los
40s, la vida fértil empieza a decrecer y la posibilidad de ser madre es prácticamente
imposible para mí, según el dictamen médico.
Aunque Manuela viene con esa “torta bajo el brazo”, no
hay nada escrito. Así que por lo pronto, nada de drama. La vida es muy corta
para ello. ¡A disfrutarla!
¡Ay Manuelita!, ¡ya te ha llegado
tu hora!
Cuando la vida te presente razones para llorar, demuéstrale que tienes mil y una razones para reír. Anómimo
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