domingo, 9 de marzo de 2025

El hilo rojo y la magia de una sonrisa

 

 Dicen que existe un hilo rojo invisible que une a las personas destinadas a encontrarse. No importa el tiempo, la distancia o las circunstancias: ese hilo puede tensarse, enredarse, volverse delgado, pero nunca romperse. 


¿Cuántos hilos rojos podría tener María en su vida? 

Había visto la película del “Hilo Rojo” y llevaba semanas reflexionando sobre sus propias historias, sus conexiones, algunas todavía presentes, otras desvanecidas, como sombras en su mente.



¿Habrá alguien en este presente conectado a mi hilo rojo principal y todavía no lo he conocido?, o quizás sí, pero está enredado con otros hilos rojos y aún no ha descubierto mi existencia. 

Sonrió al imaginar a ese hombre atrapado en un laberinto de hilos, sin poder encontrar la salida. Bien merecido lo tenía por no haberme encontrado aún,  - pensó mientras paseaba a su perro. 




Ese lunes sin muchas expectativas, entró a la aplicación. Llevaba tiempo sin sentir una conexión especial. Entonces vio la foto de un chico sacando la lengua. Le pareció divertido, mmm.. es español y está aquí – dijo María. Inmediatamente, recuerdos de su vida  en la madre patria la envolvieron. Sus años en Madrid seguían siendo de los mejores de su vida. 


Vamos a darle like y a ver qué pasa,- dijo María e hicieron “match”. A María se le iluminó el rostro. Le hacía ilusión conocer a un español. Es vasco, mm qué interesante-pensó. Hacía poco había visitado a una amiga en el norte de España y le habían fascinado los pueblos que recorrió. Esa zona es encantadora. 

La conexión fue inmediata y acordaron una cita. Él fue claro: estaría solo un mes y quería conocer a alguien para salir y disfrutar el tiempo en esta ciudad. Conocer a este español, le ilusionaba a María. 

Una cita, una esperanza de seguir creando recuerdos especiales en su vida. 


Esa noche, su corazón latía con un ritmo particular, una mezcla de nerviosismo y emoción. Lo vio a lo lejos mientras estacionaba su coche. Era alto, justo como le gustaban. Caminando hacia él, con el susurro del viento la transportó a su historia en España. De pronto estaba enfrente de él.  Sus miradas se encontraron y sintió que la reconocía de antes, era todo muy familiar. 

El hilo rojo estaba ahí, conectándolos, era como si hubieran estado unidos en otro tiempo. 


Desde el primer instante, la conexión fue mágica. Las palabras fluyeron como ríos que encontrando su cauce, las risas surgieron sin esfuerzo, y sus miradas se entrelazaban como si bailaran en un compás conocido. Era como si sus almas hubieran esperado este momento toda una vida. 


Al final de la noche, un beso selló la historia aún por escribir, un beso cargado de promesas y de posibilidades. 


“Un mes” se dijeron, “Seremos pareja”. 
María sintió mariposas y se fue a dormir con el corazón lleno de ilusión. 




Los días siguientes fueron una explosión de emociones. Mensajes constantes, emoticonos de besos que viajaban a través de la pantalla, la certeza de que se extrañaban a cada instante. Fueron cinco días irrepetibles: bailes en la penumbra, risas que retumbaban en el aire, conversaciones y miradas profundas que desnudaban el alma. Se confesaron sueños, miedos, anhelos, y en cada palabra, el hilo rojo se hacía más fuerte, más tangible. Eran dos piezas de un mismo rompecabezas que, por fin, se habían encontrado.


Pero algo sucedió. Tal vez el destino quiso jugar con ellos, tal vez la vida les recordó su imprevisibilidad. El hilo rojo no se rompió, porque nunca lo hace, pero quizás se volvió más delgado. 




La realidad a veces tensa el hilo hasta parecer que se quiebra, pero sigue ahí, unido a dos personas. María siente que no ha desvanecido. Tiene la esperanza de que sigue ahí, posiblemente enredado, sin encontrar el camino correcto. 





Porque cuando el alma ha experimentado  una conexión tan profunda, esa energía queda grabada en la piel, en los recuerdos, en el corazón.


Quizás el hilo rojo les lleve de nuevo el uno al otro. Quizás el tiempo lo haga más resistente. O quizás simplemente les recuerde que la magia existe, que la ilusión es un regalo, y que una sonrisa puede ser el puente entre dos almas destinadas a encontrarse. 

Porque hay instantes que duran para siempre, miradas que dejan huella en el alma y recuerdos que, aunque efímeros en el tiempo, permanecen eternos en el corazón.  






miércoles, 12 de febrero de 2025

Las señales del universo y el misterioso amante del chocolate


“El destino no es una cuestión de casualidad, sino de elecciones. No es algo que haya que esperar, sino algo que hay que perseguir”. 

William Jennings Bryan

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Dicen que al universo hay que pedirle lo que uno quiera y te lo cumple, aunque  yo creo que en este último año se ha divertido a mi costa. Hace tres meses, por culpa de un reto de TikTok ( sí, debo reconocer que es mi  deseo culposo) pasé tres días, solicitándole al universo una señal y por un buen hombre que llegara a compartir momentos especiales en mi vida. El resultado fueron dos decepciones amorosas, dignas de un capítulo de serie de comedia romántica en Netflix, pero sin final feliz. 

Así que después de usar varias apps, dar likes y hacer matches, llegaron algunas conversaciones vacías sin mucho enganche.




De repente, un domingo recibí un mensaje de un hombre que parecía sacado de una novela de época. Sus rasgos me intrigaban; esa tez morena y esas facciones tan masculinas y sensuales me provocaban mariposas en el estómago, que debo reconocer hace mucho no sentía. 

Su mensaje no fue un "Hola" seco ni un "¿Cómo estás?" sin gracia, como en las últimas charlas que había tenido. Su "Me gusta el chocolate" me provocó e intrigó. ¿En serio? ¿Esa era su gran carta de presentación? No supe si reírme o aplaudir su valentía. Al menos no era un ‘hola’ aburrido. Mmm, interesante, reflexioné. Y también pensé que era un poco absurdo, como si en ese mensaje se escondiera un código secreto que debía descifrar. 



Para continuar con la dinámica que había establecido, le respondí que ya teníamos algo en común, no le iba a reñir por no ser igual que el resto de personas en esta aplicación de citas. A mí me gustan los viajes, -le respondí en tono jocoso-. Este hombre amante del chocolate me responde que él igual. ¡Bingo! Otra cosa en común entre los dos. Si sigue coincidiendo conmigo, empezaré a sospechar que es un bot programado para robarme el corazón.

                                             


Apenas diez minutos después, con una conversación fluida, pero todavía misteriosa, me dice: “quiero conocerte hoy”. Me gustó su determinación, pero mi raciocinio me hacía dudar. ¿No sería esto una locura? ¿Y si era un farsante? Las historias de estafas online me rondaron la cabeza por un instante, pero mi intuición, esa misma que me ha metido en problemas antes, me decía que fuera.


Después de sugerir varios lugares que estaban cerrados por la hora, finalmente acepté la opción menos sensata. “Nos vemos en el lobby del hotel,” escribió. Y allá voy. Dudé un poco, pero mi espíritu aventurero, ese que nunca me deja en paz, ya tenía las llaves del coche en la mano.


Waze marcaba cinco minutos. Con prisa y sin demasiado esmero, me arreglé de forma desenfadada. Nada de vestidos ajustados ni tacones de infarto, no me iba a disfrazar para impresionar a nadie. Si le gustaba, que fuera por lo que soy, al natural. Me miré en el espejo y sonreí. Lista para enfrentarme al destino, o al menos a esta cita exprés.


Llegué y lo vi a través del ventanal del hotel. Era él, o al menos se parecía al de las fotos (lo que ya era una victoria en estos tiempos de inteligencia artificial y Photoshop). Cuando entré, me miró con esos ojos oscuros, esa mirada penetrante, era alto y sexy. Sentí un escalofrío, el tipo de sensación que me hacía creer que, efectivamente, las señales existen.

“Vamos a un lugar más reservado”, sugirió.

¿Ir o no ir? Mi yo racional gritaba “ni loca”, pero mi espíritu aventurero ya había tomado el control. 

Subimos cuatro pisos hasta una terraza con una vista espectacular. Sola con este hombre misterioso, amante de los chocolates y con un aire de caballero ancestral.  El viento frío nos rodeaba, pero yo sentía un calor interno que nada tenía que ver con la temperatura ambiente.

 Y entonces, sin previo aviso, me besó. Ni una palabra, ni un gesto de advertencia. Solo el choque de su boca con la mía y el mundo desapareció.


 



Me separé un poco, sorprendida, pero al mirarlo, me perdió de nuevo en su mirada. Y me volvió a besar.
Parece que le he gustado, pensé. Y eso, seamos sinceros, siempre es una alegría para el ego y para el cuerpo obviamente. 

La conversación fluyó como si nos conociéramos de siempre. Descubrimos coincidencias sorprendentes, como si el universo se hubiera tomado la molestia de escribir una historia que se entretejía para nosotros. Cada palabra acariciaba mi alma y cada minuto deseaba que el reloj no se detuviera.

Conocerle esa noche y compartir al día siguiente no solo lo personal, sino también nuestra vida profesional, me hizo entender que la vida no está hecha de coincidencias, sino de causalidades. La chispa que me provoca un encuentro inesperado me recuerda lo viva que estoy. 

Quizás nunca lo vuelva a ver. O tal vez, esta historia apenas comienza. A veces, lo único que necesitamos es un 'Me gusta el chocolate' para cambiar nuestra vida.