miércoles, 12 de febrero de 2025

Las señales del universo y el misterioso amante del chocolate


“El destino no es una cuestión de casualidad, sino de elecciones. No es algo que haya que esperar, sino algo que hay que perseguir”. 

William Jennings Bryan

_____________________________________________________________________________________


Dicen que al universo hay que pedirle lo que uno quiera y te lo cumple, aunque  yo creo que en este último año se ha divertido a mi costa. Hace tres meses, por culpa de un reto de TikTok ( sí, debo reconocer que es mi  deseo culposo) pasé tres días, solicitándole al universo una señal y por un buen hombre que llegara a compartir momentos especiales en mi vida. El resultado fueron dos decepciones amorosas, dignas de un capítulo de serie de comedia romántica en Netflix, pero sin final feliz. 

Así que después de usar varias apps, dar likes y hacer matches, llegaron algunas conversaciones vacías sin mucho enganche.




De repente, un domingo recibí un mensaje de un hombre que parecía sacado de una novela de época. Sus rasgos me intrigaban; esa tez morena y esas facciones tan masculinas y sensuales me provocaban mariposas en el estómago, que debo reconocer hace mucho no sentía. 

Su mensaje no fue un "Hola" seco ni un "¿Cómo estás?" sin gracia, como en las últimas charlas que había tenido. Su "Me gusta el chocolate" me provocó e intrigó. ¿En serio? ¿Esa era su gran carta de presentación? No supe si reírme o aplaudir su valentía. Al menos no era un ‘hola’ aburrido. Mmm, interesante, reflexioné. Y también pensé que era un poco absurdo, como si en ese mensaje se escondiera un código secreto que debía descifrar. 



Para continuar con la dinámica que había establecido, le respondí que ya teníamos algo en común, no le iba a reñir por no ser igual que el resto de personas en esta aplicación de citas. A mí me gustan los viajes, -le respondí en tono jocoso-. Este hombre amante del chocolate me responde que él igual. ¡Bingo! Otra cosa en común entre los dos. Si sigue coincidiendo conmigo, empezaré a sospechar que es un bot programado para robarme el corazón.

                                             


Apenas diez minutos después, con una conversación fluida, pero todavía misteriosa, me dice: “quiero conocerte hoy”. Me gustó su determinación, pero mi raciocinio me hacía dudar. ¿No sería esto una locura? ¿Y si era un farsante? Las historias de estafas online me rondaron la cabeza por un instante, pero mi intuición, esa misma que me ha metido en problemas antes, me decía que fuera.


Después de sugerir varios lugares que estaban cerrados por la hora, finalmente acepté la opción menos sensata. “Nos vemos en el lobby del hotel,” escribió. Y allá voy. Dudé un poco, pero mi espíritu aventurero, ese que nunca me deja en paz, ya tenía las llaves del coche en la mano.


Waze marcaba cinco minutos. Con prisa y sin demasiado esmero, me arreglé de forma desenfadada. Nada de vestidos ajustados ni tacones de infarto, no me iba a disfrazar para impresionar a nadie. Si le gustaba, que fuera por lo que soy, al natural. Me miré en el espejo y sonreí. Lista para enfrentarme al destino, o al menos a esta cita exprés.


Llegué y lo vi a través del ventanal del hotel. Era él, o al menos se parecía al de las fotos (lo que ya era una victoria en estos tiempos de inteligencia artificial y Photoshop). Cuando entré, me miró con esos ojos oscuros, esa mirada penetrante, era alto y sexy. Sentí un escalofrío, el tipo de sensación que me hacía creer que, efectivamente, las señales existen.

“Vamos a un lugar más reservado”, sugirió.

¿Ir o no ir? Mi yo racional gritaba “ni loca”, pero mi espíritu aventurero ya había tomado el control. 

Subimos cuatro pisos hasta una terraza con una vista espectacular. Sola con este hombre misterioso, amante de los chocolates y con un aire de caballero ancestral.  El viento frío nos rodeaba, pero yo sentía un calor interno que nada tenía que ver con la temperatura ambiente.

 Y entonces, sin previo aviso, me besó. Ni una palabra, ni un gesto de advertencia. Solo el choque de su boca con la mía y el mundo desapareció.


 



Me separé un poco, sorprendida, pero al mirarlo, me perdió de nuevo en su mirada. Y me volvió a besar.
Parece que le he gustado, pensé. Y eso, seamos sinceros, siempre es una alegría para el ego y para el cuerpo obviamente. 

La conversación fluyó como si nos conociéramos de siempre. Descubrimos coincidencias sorprendentes, como si el universo se hubiera tomado la molestia de escribir una historia que se entretejía para nosotros. Cada palabra acariciaba mi alma y cada minuto deseaba que el reloj no se detuviera.

Conocerle esa noche y compartir al día siguiente no solo lo personal, sino también nuestra vida profesional, me hizo entender que la vida no está hecha de coincidencias, sino de causalidades. La chispa que me provoca un encuentro inesperado me recuerda lo viva que estoy. 

Quizás nunca lo vuelva a ver. O tal vez, esta historia apenas comienza. A veces, lo único que necesitamos es un 'Me gusta el chocolate' para cambiar nuestra vida.