María recibe la noticia sin estar preparada para asimilar lo
que su amiga siente en ese momento. Una lágrima recorre su rostro y siente una
punzada en el estómago. Escucha sus
palabras, pero en su mente solo existe un pensamiento, -¿qué puedo hacer para
quitar ese dolor de su alma?.-
Por ahora, un abrazo y un te quiero son suficientes para
hacerle saber que esa aflicción es compartida. No en el mismo nivel, pero si en
el sentimiento del cariño que María tiene por ella.
El día transcurrió para María sintiendo una tristeza
profunda de saber que el compañero que había elegido su amiga para compartir una
parte de su vida, se ha ido, dejándole una ausencia física difícil de
sobrellevar.
María recuerda a la adolescente que fue, ilusionada por un
chico con desparpajo y una sonrisa encantadora, que vivía a cientos de kilómetros
de ella y que le prometió regresar en el siguiente verano. Este chico le dejó una tarjeta de navidad
con un muñeco musculoso saliendo de una caja de regalo y la promesa de verse de
nuevo. En la noche de año nuevo falleció en un accidente de
auto y toda esa ilusión de que él podría ser el primer amor se esfumó ante este
suceso. Aquella tarjeta estuvo guardada
por 20 años, y cada año la abría para recordar la ilusión de sentir el
cosquilleo por un chico con cara de niño y cabello rizado que no cumplió su pacto de regresar.
En este momento, María suelta una media sonrisa y piensa –ahora
entiendo porque cada año le pido a Santa y a los Reyes el mismo regalo: un
muñeco de carne y hueso.-
De pronto, María trae a su presente una imagen que ha intentando bloquear de su mente. El hombre que le regresó la ilusión del amor, y con el único que ha imaginado un proyecto de
vida. Aun y cuando habían hecho una promesa de estar juntos para siempre como
esposos; un día, sin más, desapareció
sin una llamada o correo de despedida. Solo un mensaje con su madre, para
avisarle que pronto volvería para casarse con ella. Un año después, después de
sentir el fantasma de su ausencia junto a ella, de pronto despertó de su
letargo. –Es como si se hubiera muerto-. Así lo expresó María cuando se dio
cuenta que no volvería a verlo nunca más y que fueron meses los que postergó
lo inevitable. –este dolor en el alma se siente cuando alguien a quien amas, muere-.
A María le llevó un tiempo regenerar su alma. Esa congoja de
pérdida no es fácil de sanar; cuando esa persona muere, también se van tus
sueños y promesas sin cumplir.
María sabe que no hay palabras suficientes para aliviar la
pena de su amiga. Su corazón se ha partido en pedazos y tardará el tiempo que ella considere necesario para pegar cada pieza
y volver a sentir de nuevo la ilusión de la vida.
Mientras eso sucede, lo único que tiene para darle son
abrazos llenos de energía que puedan aminorar esos pinchazos en su corazón.
Aunque, María está
convencida, que el amor de ese compañero que ya no está físicamente será el remedio más poderoso; esa
fuerza que necesita para ver la luz de nuevo.
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“No perdiste a nadie,
el que murió, simplemente se nos adelantó, porque para allá vamos todos. Además
lo mejor de él, el amor, sigue en tu corazón.”
Facundo Cabral